En los países de Europa occidental y en Estados Unidos, entre otras regiones, se detectó en las últimas décadas una disminución en la frecuencia de la actividad sexual. Ya a principios de la década de 2010, los norteamericanos adultos tenían relaciones sexuales nueve veces menos (al año) que a finales de los ’90.
El «invierno» sexual queda más patente entre jóvenes. Para 2018, uno de cada tres hombres estadounidenses de entre 18 y 24 años dijeron no haber tenido relaciones sexuales en el último año, según determinó otro estudio, que analizó ese tipo de cambios desde 2009 y también trazó una curva descendente en la vida sexual de la población.
La tendencia a la baja en la cantidad de estadounidenses que practican sexo al menos una vez a la semana se mantuvo también en los últimos años, cayendo al 33 % en 2021, antes de mostrar un ligero aumento, hasta el 35 %, en 2022. En comparación con 1989, cuando casi la mitad de la población admitía entregarse a los placeres carnales cada semana, las cifras presentan un pronunciado declive y el Instituto de Estudios de la Familia (IFS, por sus siglas en inglés) no da por terminada la recesión sexual.
En Francia la situación es parecida. La última encuesta del Ifop, publicada en febrero, evidenció que sólo el 40 % de los consultados tiene sexo una vez por semana, en comparación con el 60 % de hace 15 años. Entre los jóvenes de entre 18 y 25 años, más del 25 % no mantuvo relaciones sexuales en todo un año, lo que representa cinco veces menos que hace dos décadas.
Entre las razones que explican que cada vez sean más las personas, sobre todo en países desarrollados, que renuncian al sexo e incluso opten por el celibato voluntario, destacan tanto los cambios sociales, culturales y tecnológicos, como los factores económicos. Una mayor igualdad de oportunidades para las mujeres redujo la presión social para tener hijos o encajar en los roles de género tradicionales, mientras que el aumento de las opciones de entretenimiento y de ocio condicionó un cambio de enfoque para algunos.
El auge de las redes sociales y las aplicaciones de citas facilitó, en gran medida, el proceso de conectar con otra gente, al tiempo que aumentó la competencia y las expectativas en las relaciones. La ausencia del derecho al aborto en determinados países, unido al costo cada vez mayor de criar hijos, llevan también a algunas personas a replantearse su actividad sexual. La inestabilidad económica tampoco ayuda a revertir la tendencia a la baja, con la incertidumbre como factor atenuante del deseo de vivir en pareja.
En ese contexto, una reciente campaña publicitaria de la «app» de citas Bumble, centrada en el lema «un voto de celibato no es la respuesta», fue objeto de tantas críticas que la empresa se vio obligada a retirar sus polémicos anuncios y a ofrecer disculpas públicas.
«En un mundo que lucha por el respeto y la autonomía sobre nuestros propios cuerpos, es atroz ver cómo una plataforma de citas socava las elecciones de las mujeres», comentó la modelo estadounidense Jordan Emanuel, que trabajó para Playboy e hizo voto de celibato durante un año.
Cabe destacar que en Latinoamérica, con el romanticismo a flor de piel y ese lirismo del tipo «imposible el celibato, sin ti me mato», no parece haber indicios de que la frecuencia sexual se resienta entre la población.
En Rusia tampoco: la última encuesta, publicada a finales del año pasado, reflejaba que los residentes de casi todos los barrios consideran necesario practicar sexo dos o tres veces a la semana para ser feliz. En algunas zonas de Moscú la exigencia sube hasta varias veces —o al menos una vez— al día.
Si bien el celibato voluntario no es para todos —al fin y al cabo, puede generar sentimientos de soledad y aislamiento—, quienes eligen ese patrón suelen destacar como ventajas una mayor libertad y sensación de control sobre su vida, así como una reducción del estrés y de la ansiedad que pueden acompañar cualquier relación de pareja, lo que les permite enfocarse mejor en sus metas, pasiones y crecimiento personal.