No solo fueron Harry y Meghan: los casos polémicos de abdicaciones y renuncias en la realeza, entre amores prohibidos y escándalos
Entre el deber real y el deseo, varios miembros de la realeza optaron por la libertad absoluta. Estas 15 renuncias, algunas más románticas y otras más bien escandalosas, reescribieron el vínculo entre la corona y sus herederos.
Fuente: https://www.canal26.com/
Llevar puesta una corona, para algunos, puede compararse a llegar a lo más alto del poder, el privilegio y la continuidad histórica. Sin embargo, para otros, puede ser una carga demasiado pesada, un obstáculo para vivir con libertad, amar sin condiciones o incluso preservar la salud mental.
Lejos de los cuentos de hadas, hay historias concretas de miembros de la realeza que, enfrentados al deber y al deseo personal, eligieron renunciar a sus títulos, abdicar sus tronos o retirarse de la vida pública.
Las historias de aquellos “royals” que eligieron renunciar a la realeza
Uno de los episodios más recordados es el de Eduardo VIII del Reino Unido, quien en 1936 dejó el trono por amor. Su decisión de casarse con Wallis Simpson, una mujer estadounidense divorciada, escandalizó a la sociedad británica. “Me ha resultado imposible llevar la pesada carga de la responsabilidad… sin la ayuda y el apoyo de la mujer que amo”, declaró. A partir de entonces, se convirtió en duque de Windsor y vivió en el exilio.
Décadas más tarde, el conflicto entre el protocolo y el amor volvió a sacudir a una monarquía, pero esta vez en Japón. La princesa Mako, sobrina del emperador Naruhito, renunció a su título y rechazó la compensación estatal al casarse con Kei Komuro, un ciudadano sin linaje imperial. Afirmó haber padecido estrés postraumático por la presión mediática y, en 2025, la pareja celebró el nacimiento de su primer hijo en Nueva York, lejos del Palacio Imperial japonés.
También desde Japón, el emperador Akihito protagonizó en 2019 una abdicación histórica motivada por cuestiones de salud: alegó que su capacidad física ya no era suficiente para desempeñar el rol simbólico que la Constitución japonesa le asignaba. El caso fue tan singular que requirió una legislación especial para poder concretarse.
No obstante, el siglo XXI también vio casos emblemáticos en Europa. En 2020, el príncipe Harry y Meghan Markle anunciaron que dejaban sus funciones como miembros principales de la familia real británica. Se trasladaron a California (Estados Unidos) con sus hijos, desatando un festín mediático que sigue hasta el día de hoy. Harry permanece en la línea sucesoria, pero el quiebre fue un fuerte golpe para la imagen institucional de la Corona.
Un fenómeno similar ocurrió en Noruega, donde la princesa Märtha Louise decidió alejarse progresivamente de sus funciones reales. En 2019 aceptó dejar de utilizar su título en eventos comerciales, y en 2022 renunció a todo rol oficial para marcar una clara frontera entre sus intereses personales y el aparato real.
En 2024 se casó con Durek Verrett, un empresario y médico alternativo que fue duramente criticado por sus creencias en torno a la salud. Tildado de “chamán” por los medios locales, Märtha Louise tuvo que desmentir las acusaciones que la vinculaban como promotora y difusora directa de los negocios de Verrett.
En Suecia, el rey Carl XVI Gustaf no abdicó, pero en 2019 retiró el tratamiento de “Su Alteza Real” a cinco de sus nietos para reducir el número de miembros activos de la realeza. Aunque los títulos fueron conservados de forma simbólica, el gesto fue un intento por modernizar la institución.
Un año antes, la princesa Ayako de Japón también había dejado su título al casarse con Kei Moriya, un plebeyo. Como muchas otras mujeres de la familia imperial japonesa, renunció automáticamente a su posición, adoptando el apellido de su esposo. Su deseo, según declaró, era formar una pareja tan sólida como la de sus padres.
En Reino Unido, el príncipe Andrés se vio obligado a apartarse de sus funciones públicas en 2019 por sus vínculos con Jeffrey Epstein. En 2022, la reina Isabel II le retiró sus títulos militares y el tratamiento de “Su Alteza Real”. Otro caso en la misma familia fue el de la princesa Diana, quien tras su divorcio de Carlos en 1996 perdió el tratamiento real, aunque mantuvo residencia en Kensington hasta su muerte.
Otros, sin embargo, eligieron desde un inicio no involucrar a sus hijos en la nobleza. La princesa Ana, hermana del rey Carlos III, no quiso que Peter y Zara tuvieran títulos, para darles libertad. “Creo que probablemente era más fácil para ellos”, explicó. Similar fue la decisión de Philip de Edimburgo, quien al casarse con Isabel II dejó atrás sus títulos griegos y daneses, tomó la nacionalidad británica y fue bautizado en la Iglesia de Inglaterra.
La reina Margarita II de Dinamarca, por su parte, abdicó en enero de 2024 tras 52 años de reinado. “El tiempo pasa factura”, confesó, convirtiéndose en la primera mujer que accedió al trono danés por derecho.
Juan Carlos I de España, en cambio, renunció al trono en 2014 pero por razones distintas: la presión judicial por presuntos actos de corrupción. Se exilió en 2020 y regresó brevemente a su país en 2022, tras el cierre de las causas.
En los Países Bajos, Beatriz de Holanda abdicó en 2013 en favor de su hijo Guillermo Alejandro, esposo de la argentina Máxima Zorreguieta. Fue una monarca querida, con lazos estrechos con otras casas reales europeas. No obstante, su hijo del medio, el príncipe Friso, perdió su título por casarse sin la aprobación parlamentaria y falleció ese mismo año.
Por último, el caso del príncipe Michael de Kent muestra cómo la religión también influye en las decisiones monárquicas. Al casarse con una católica, fue eliminado de la línea sucesoria según una ley del siglo XVIII. Fue reintegrado en 2015, luego de una reforma que suavizó tales restricciones.
Desde escándalos hasta gestos de amor, pasando por el cansancio del tiempo o el deseo de libertad, todas estas renuncias reconfiguraron el sentido de lo que significa “ser de la realeza” en estos tiempos, dejando atrás las certezas absolutas. En su lugar, hay personas enfrentadas a la continua tensión entre el deber histórico, el linaje y la elección personal.